Penteo, nieto y sucesor de Cadmo en el trono de Tebas, rechazó los cultos mistéricos de Dionisos. Tiresias le vaticinó un mal final si no cejaba en su empeño de prohibir el culto a este dios, ya que sufriría su cólera, pero Penteo no lo escuchó.
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Dionisos, después de haber conquistado Asia, regresó a Tebas para instaurar su culto y castigar a las hermanas de su madre, Semele, en especial a Agave, madre de Penteo, quien la había calumniado. Pero, en venganza del desprecio sufrido, inspiró en las mujeres de Tebas el frenesí báquico, quienes marcharon al monte Citerión a celebrar sus ritos. Penteo las siguió y las espió tras un árbol, pero pronto fue sorprendido y atacado por éstas que, en su frenesí, lo confundieron con un animal salvaje. Fueron su madre Agave y sus tías, Ino y Autónoe, quienes lo derribaron y descuartizaron.
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Este mito, asociado con el culto báquico o dionisíaco, no es muy representado en el arte romano o, al menos, los ejemplares llegados hasta nosotros son escasísimos. Representa uno de los castigos sufridos por los humanos a costa del pecado de la hibris o hybris, término de muy difícil tradución pero que viene a ser algo así como el castigo de la soberbia frente a un dios. Es un tema frecuente en la tragedia griega y lo hacía ideal para ser representado en el arte, como tema moralizante, así que en las pinturas murales pompeyanas encontramos numerosos ejemplos de personajes castigados por el pecado de la hybris, como Jasón, representado en la figura de su mujer Medea, Casandra, Sísifo, Níobe, etc.
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El ejemplo de arriba decoraba un oecus de la Casa de los Vettii en Pompeya, junto con otra escena que representa dicho pecado, el suplicio de Dirce. Yo he utilizado ambas imágenes en un oecus de la casa de Vibia Sabina, y las he asociado con una tercera, Medea preparando el asesinato de sus hijos, como símbolo de la modestia frente a la divinidad.
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