lunes, 25 de febrero de 2008

"(...) Y en el instante justo en que abuelo Sebastián, con la copa en la mano y tambaleándose como Sileno, aventuraba un paso de mazurca entre risas y bravos; en el instante rarísimo en que las tías luctuosas desarrugaban sus frentes bajo los negros chalones; en aquel instante mismo sentí que una voz admonitoria resonaba en mi ser, y que un viento glacial me sustraía de pronto al ritmo de la fiesta, devoraba luces y barría sonidos. Y ante mis ojos operóse una transmutación incrible: me pareció ver la obra del tiempo adelantándose ya a aquellas mujeres y aquellos hombres que bailaban entrelazados; vi arrugarse las caras, hundirse los ojos y desvastarse las encías, los vi a todos, retorciéndose y quemándose como las hojas de un árbol en un incendio; y vi, además, cómo se agrietaban las paredes, cómo ennegrecían los techos, cómo se derrumbaba hecha polvo la casa de Maipú. Entonces quise gritar, pero aquel grito de alarma se quebró en mis labios. Y huí vertiginosamente, rumbo de la noche, lejos de la mansión que se abatía sobre tantas cabezas. Y no se borrará de mi memoria la imagen de aquel niño que, abrazado a su caballo atento, sollozaba en una medianoche de bodas, frente a la casa llena de música."
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Adán Buenosayres, Leopoldo Marechal

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