miércoles, 28 de mayo de 2008

Un elemento muy característico del arte y la cultura romana es el retrato. Ya fuesen retratos de antepasados, retratos de personas vivas en el momento de su encargo o retratos de las distintas familias imperiales (Claudios, Flavios, Antoninos...) en los museos arqueológicos existen inmensas galerías que los albergan. Éstos pueden ser de mármol, bronce, plata e, incluso, vidrio, marfil y oro; sin embargo un tipo muy común, aunque actualmente raro, eran los retratos pintados.
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Egipto, como siempre en estos casos, es la principal fuente de conocimiento sobre los retratos pintados. Los famosísimos retratos de El Fayum constituyen una galería fundamental para conocer las tipologías de pintura de caballete del mundo romano. Tras los estudios realizados en los últimos años conocemos los tipos de madera utilizados en la pintura sobre tabla; los tipos de fibras y tejidos utilizados en la pintura sobre lienzo; los pigmentos utilizados y sus medios (en general encáustica y temple), etc. Además se han podido datar entre los siglos I y IV d. de C., atendiendo a razones estilíticas, a la tan manida costumbre de fechar atendiendo a los peinados femeninos y al contexto arqueológico de su hallazgo.
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Como es de esperar, este tipo de retratos ha desaparecido en el resto del Imperio Romano ya que las condiciones medioambientales así lo han querido. Sin embargo, también se utilizaron otros tipos de soportes no perecederos que, en ocasiones, han perdurado; así, se conoce la presencia de retratos y otras pinturas sobre vidrio, marfil y mármol, aunque su perdurabilidad es complicada por lo que existen muy pocos ejemplares.
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La pintura sobre vidrio era común, atendiendo a los restos conservados, aunque más para decorar vasos que para realizar retratos. A pesar ello, desde finales del siglo II hasta el siglo IV d. de C. se puso de moda el uso de medallones de vidrio pintados con los retratos de los comitentes. Se caracterizan por pintarse sobre una plaquita de vidrio y cubrirse con otra, exactamente igual, para evitar que se desprendiese la pintura ante cualquier roce. En el caso de que estos medallones se pintasen con oro, lo normal es que se procediese a fundir ambas capas de vidrio, haciendo dicha decoración mucho más resistente. Ésto mismo es lo que ha provocado que se hayan conservado numerosos ejemplares (ya sean retratos o más comúnmente escenas bíblicas) en los loculi de las catacumbas romanas.
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De más difícil conservación eran los ejemplares no protegidos por una placa de vidrio sobre ellos, por lo que los ejemplares conservados hoy son excepcionales. Un ejemplo de ello es el retrato arriba expuesto; es un minúsculo medallón de vidrio, de 2 centímetros de diámetro, descubierto en Pompeya. Aunque con numerosas pérdidas de policromía se puede apreciar su alta calidad técnica, que recuerda a las miniaturas europeas y americanas de los siglos XVIII y XIX. Descubierto junto a otra pieza muy deteriorada, un retrato femenino, puede que decorase un medallón o más fácilmente sería un aplique de una pequeña caja o estuche de tocador. Por su calidad los estudiosos en la materia, como Faedo o De Caro, lo atribuyen a la escuela alejandrina, aunque el verismo del retrato haga pensar, más bien, en un artista alejandrino o griego asentado en el área vesubiana. Fuese como fuese se trata de una pieza exquisita además de totalmente excepcional.

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