"(Dijeron, pues, los impíos entre sí discurriendo sin juicio): corto y lleno de tedio es el tiempo de nuestra vida. No hay consuelo en el fin del hombre, ni después de su muerte, ni se ha conocido a nadie que haya vuelto de los infiernos o del otro mundo. Pues nacidos hemos de la nada y pasado el presente seremos como si nunca hubiéramos sido. La respiración o resuello de nuestras narices es como ligero humo, y el habla o el alma como una transitoria chispa con la cual se mueve nuestro corazón; apagada que sea, quedará nuestro cuerpo reducido a cenizas y el espíritu se disipará cual sutil aire. Desvanecerse ha como nube que pasa nuestra vida y desaparecerá como niebla herida de los rayos del sol, disuelta en su calor. Caerá en olvido con el tiempo nuestro nombre sin que quede memoria de nuestras obras (...) y pasará nuestra vida como rastro de nube, y se disipará como niebla herida por los rayos del sol que a su calor se desvanece.
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Pues el paso de una sombra es nuestra vida, y sin retorno es nuestro fin, porque se pone el sello y ya no hay quien salga. Venid, pues, y gocemos de los bienes presentes, démonos prisa a disfrutar de todo en nuestra juventud.
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Hartémonos de ricos, generosos vinos, y no se nos escape ninguna flor primaveral.
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Coronémonos de rosas antes de que se marchiten, no haya prado que no huelle nuestra voluptuosidad.
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Ninguno de nosotros falte a nuestras orgías, quede por doquier rastro de nuestras liviandades, porque esta es nuestra porción y nuestra suerte".
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Abismos de pasión, Luis Buñuel.
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