sábado, 22 de mayo de 2010

"(...) Detrás de mí, bajo un amasijo de hojas colgadas de ramas que sirven de techo, acaban de tender el cuerpo hinchado y negro de un cazador mordido por un crótalo. Fray Pedro dice que ha muerto hace varias horas. Sin embargo, el Hechicero comienza a sacudir una calabaza llena de gravilla -único instrumento que conoce esta gente- para tratar de ahuyentar a los mandatarios de la Muerte. Hay un silencio ritual, preparador del ensalmo, que lleva la expectación de los que esperan a su colmo. Y en la gran selva que se llena de espantos nocturnos, surge la Palabra. Una palabra que ya es más que palabra. Una palabra que imita la voz de quien dice, y también la que se atribuye al espíritu que posee el cadáver. Una sale de la garganta del ensalmador; la otra, de su vientre. Una es grave y confusa como un subterráneo hervor de lava; la otra, de timbre mediano, es colérica y destemplada. Se alternan. Se responden. Una increpa cuando la otra gime; la del vientre se hace sarcasmo cuando la que surge del gaznate parece apremiar. Hay como portamentos guturales, prolongados en aullidos, sílabas que, de pronto, se repiten mucho, llegando a crear un ritmo; hay trinos de súbito cortados por cuatro notas que son el embrión de una melodía. Pero luego es el vibrar de la lengua entre los labios, el ronquido hacia adentro, el jadeo a contratiempo sobre la maraca. Es algo situado mucho más allá del lenguaje, y que, sin embargo, está muy lejos aún del canto. Algo que ignora la vocalización, pero es ya algo más que palabra. A poco de prolongarse, resulta horrible, pavorosa, esa grita sobre el cadáver rodeado de perros mudos. Ahora, el Hechicero se le encara, vocifera, golpea con los talones en el suelo, en lo más desgarrado de un furor imprecatorio que es ya la verdad profunda de toda tragedia -intento primordial de lucha contra las potencias de aniquilamiento que se atraviesan en los cálculos del hombre-. Trato de mantenerme fuera de esto, de guardar distancias. Y, sin embargo, no puedo sustraerme a la horrenda fascinación que esta ceremonia ejerce sobre mí... Ante la terquedad de la Muerte, que se niega a soltar su presa, la Palabra, de pronto, se ablanda y descorazona. En boca del Hechicero, del órfico ensalmador, estertora y cae, convulsívamente, el Treno -pues esto y no otra cosa es un treno-, dejándome deslumbrado por la revelación de que acabo de asistir al Nacimiento de la Música".
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Los pasos perdidos, Alejo Carpentier

4 comentarios:

Mayte Llera (Dalianegra) dijo...

Profundo, consistente e intenso, este párrafo de la obra de Alejo Carpentier. Ciertamente, la música hubo de surgir de la tragedia, como canto fúnebre, lacerante y melancólico. Y bueno, tras esta lectura, te dejo con un beso y te deseo un estupendo finde, que ya llega la luz del verano aproximándose, para colmarnos de alegría y alejar esos negros velos.

El llano Galvín dijo...

Me fascinó descubrir el nacimiento de la música propuesto por Carpentier. Si no tuvo un origen trágico desde luego sí vinculado a los rituales destinados a combatir lo desconocido y qué más desconocido que la muerte ¿no?
Buen finde para tí también, disfruta de este tiempo veraniego más si puedes acercarte a la playa. Un beso!!!

Charo Marco dijo...

Precios texto, muchas gracias por compartirlo.
Besos

El llano Galvín dijo...

Gracias a tí por comentarme! Carpentier está dentro de mis autores hispanoparlantes favoritos. Me gusta su prosa barroca y culta. Un beso!!