jueves, 24 de enero de 2008

"¡Oh, hijos, hijos, ya tenéis ambos una ciudad, y una morada, en la que, después de haberme abandonado, viviréis para siempre, privados de vuestra madre. Yo en cambio ya parto desterrada a otro país, antes de haber disfrutado de vosotros dos y haberos visto felices; antes de haberos dispuesto vuestra boda, una esposa, y el lecho conyugal, y haber sostenido en alto la antorcha nupcial.
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¡Oh desdichada de mí por mi orgullo!
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En vano, oh hijos, os he criado, en vano padecí y en fatigas me consumí, soportando los terribles dolores del parto. En verdad que tenía puestas, desdichada de mí, muchas esperanzas en vosotros: que me alimentaríais en mi vejez, y que una vez muerta, con vuestras manos me amortajaríais; lo que es un envidiable deseo para los mortales. Ahora, en cambio, ha muerto esa dulce pretensión. Pues privada de vosotros dos, entre penas y dolores transcurrirá mi vida. Vosotros ya no volveréis a ver a vuestra madre con esos queridos ojos; a otra clase de vida partiréis".


Medea, Eurípides.


Estas palabras surgen de la boca de Medea, la máxima representación del furor y la venganza femenina. Las tragedias clásicas han retratado todos los sentimientos humanos, aunque en general, los sentimientos más apasionados y trágicos son los mejor expresados. Para mí la figura de Medea es mágica y una de las figuras en las que artísticamente hay que concentrar todo tipo de sentimientos encerrados en una mínima expresión o una mirada. Lo fácil sería representarla asesinando a sus hijos o a Pelías, pero es ese momento previo al asesinato lo mágico, cómo captar la crispación de las manos, como captar ese sentimiento de odio hacia su marido Jasón, aún a costa del sacrificio de sus propios hijos, en sus ojos.

En mi búsqueda infinita de imágenes del área vesubiana he encontrado auténticas joyas, pero de momento me contento con esta imagen modernista, mucho más ligera y contenida,

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